Elegir un psicólogo es una cuestión más sutil y sofisticada que lo que pudiera parecer cuando uno busca otro profesional de la salud. Para empezar, no todos los llamados terapeutas son psicólogos. Muchas personas que hacen formaciones alternativas y frecuentemente muy limitadas se hacen llamar terapeutas, así que de entrada este es un término que un profesional legítimo posiblemente no use para presentarse. La psicología como certificación académica tiene muchas carencias pero al menos garantiza un mínimo de formación con fundamento. En España, para poderse denominar especialista en psicología clínica (que son los que suelen hacer psicoterapia) es necesario obtener una acreditación del ministerio de educacion y ciencia; la forma preferente y que mejor apoya en estos momentos una
formación rigurosa y práctica es la via PIR (residencia hospitalaria), que se alcanza a través de una oposición nacional anual (no obstante hay muy pocas plazas cada año).
Los psicólogos clínicos tienen dos características principales: una es que no manejan fármacos al no se profesionales médicos (esto lo hacen los psiquiatras, que actualmente, al menos en España, en su gran mayoría se dedican casi en exclusiva a eso: la receta; es cierto que generalmente no tienen una formación en psicoterapia). La segunda característica es que los psicólogos se manejan en distintos y variados modelos de psicoterapia, e incluso son muchos los que se definirían como sin modelo específico (suman o intentan integrar modelos diversos).
¿Hasta qué punto es importante el modelo teórico? No demasiado. Es decir: parece ser que en general todos los modelos de psicoterapia ofrecen eficacia demostrable y parecida, aunque algunos (cognitivo-conductual) son mucho más investigados que otros (gestalt, psicoanálisis). Pero la capacidad de operar cambio es posiblemente similar: la clave es qué modelo es el adecuado para una determinada persona, con un determinado problema, en un determinado momento. Esta es la pregunta del millón, y se supone por tanto que es preferible un psicólogo que pueda trabajar desde distintos modelos de psicoterapia preferiblemente complementarios (tendrá más registros a disposición del consultante) pero no muchos modelos ni ámbitos (porque sería más difícil que fuera realmente experto en todos ellos).
Un dato esencial que posiblemente es incluso más importante en la eficacia que el modelo desde donde se trabaje, es la variable relacional: el tipo de conexión que se establece. Un psicoterapeuta que muestre una actitud empática, de aceptación y de autenticidad, es mucho más probable que pueda ayudar eficazmente al cambio, y esto es muy posiblemente más relevante que las técnicas o enfoques específicos que pueda usar.
Hay ciertas características que deben ser evitadas en mi opinión cuando se busca psicólogo: las franquicias (que escogen generalmente profesionales poco expertos y peor pagados), los centros donde el nombre lo pone un profesional concreto pero que realmente lo que hace es derivar a colaboradores (por una comisión, evidentemente), o las consultas donde no se hagan muy explícitas las credenciales profesionales (formación, experiencia, colegiación). Además, desconfiaría de aquellos que supuestamente son especialistas en todo, desde infantil a adultos, parejas, familias, peritajes, evaluación, escolar, organizaciones, etc.: quien mucho abarca…
Un tema importante son las tarifas. Como en tantos otros aspectos, lo gratis suele ser muy costoso: una sesión gratuita no puede tener sentido a no ser que el que la regala pretenda ganar algo: captar un cliente. Esto, aunque sea sutil, es deshonesto para la práctica profesional: el cliente/paciente/consultante debe sentirse en primer lugar libre y responsable en la terapia; considero que, aún a nivel inconsciente, recibir un regalo empuja a devolver algo en reciprocidad (es una estrategia muy elemental de persuasión), y ese equilibrio se pierde por ambos lados. Además, hay razones más complejas respecto al péso que esto carga sobre la relación terapéutica, y sobre el sentido de valor que el consultante da al proceso.
En ese mismo empoderamiento, pienso que el poder de decisión sobre la frecuencia de sesiones, el contenido de las mismas, y la finalización, deben quedar en manos del que viene a ser ayudado.