La depresión es una de esas enfermedades o padecimientos con más tópicos en su vademécum. La alta incidencia de este mal en nuestra sociedad y la mala comunicación por nuestra parte, la de los profesionales dedicados a abordar la tristeza patológica, han llevado al término hasta un desgaste estrepitoso.
Cuanto más se divulga la palabra depresión más se vulgariza y, por consiguiente, más se desvirtúa. Ya le ocurrió al término inicial “mal de melancolía” con el que en una antigüedad, no del todo lejana, se designaban estos avatares del alma cuando siquiera se conocían las células nerviosas. Una de las acepciones más cercanas a este término en la actualidad es la de “tristeza como consecuencia de visionar imágenes evocadoras” o la no menos empleada de “tristeza por ausencia o lejanía del ser querido”. De este modo, decir “tarde melancólica” no equivale ya a decir “tarde depresiva”, si bien debiera significar lo mismo.
De hecho, la primera depresión le fue diagnosticada al mismísimo rey de Crotona, Alcmeón (S. IV A.C.), que acudía a la cítara de su bufón en busca de la paz más melódica. Entonces se le diagnosticó “mal de melancolía” por la muerte de su mujer, de la que nunca llegó a reponerse.
Toda esta desvirtuación se ha ensañado también con los síntomas de la depresión. ¡Con qué facilidad pronunciamos la palabra maldita!.. “Me encuentro deprimido”, “estuve toda la tarde deprimido en el sofá”, “los domingos me deprimen”, y tantas y tantas otra expresiones que no debieran haber incluido el término en su construcción. En su lugar, hubiera bastado con decir: “Me encuentro triste”, “estuve toda la tarde triste en el sofá” o “los domingos me entristecen”.
Cuando tenemos que abordar una depresión cuyo propietario la lleva soporta como puede desde hace años, el término emerge con toda su rotundidad, tremendo, sin piedad… Parafraseando al poeta: “Sin dejar bueno hueso alguno”. ¡Eso sí que es una depresión como Dios manda, no una tarde en el sofá adormilados!
Porque este neologismo (el término es de origen inglés) cuya curiosa acepción fundamental es la de “apretar” (deprimir) ha sido divulgado antes incluso de que su significado real fuera de uso común. Debemos entender por depresión, en su sentido estricto:
“Trastorno del estado de ánimo que se caracteriza por tristeza continuada, ahedonia (cesación en la búsqueda del placer), irritabilidad ocasional, pensamientos sobre la muerte, decaimiento, baja autoestima y otros síntomas que la diferencian de la tristeza”. (Fuente: Diccionario de Psicología de Psicólogos Especialistas Madrid).
En cuanto a los tipos de depresión, en la actualidad conviven términos que debieran encontrarse desuso (paradójicamente muy usados) como “depresión neurótica”, “depresión endógena”, “depresión in causa” o “depresión bipolar” frente a térmicos más precisos como “depresión mayor”, “distimia”, “depresión menor” o “trastorno bipolar”.
Lo comentábamos al principio y lo repetimos al final… ¿La culpa? Nuestra, la de los profesionales que, lejos de difundir o divulgar, creamos confusión entre los propios “usuarios” de la depresión vulgarizando lo que tocamos. Curioso uso de la raíz “vulgo” (pueblo), cuya resultante puede ser muy distinta: Divulgar vs. Vulgarizar.
Original de Luis Folgado de Torres.