Aunque en un principio el término sólo se refería a la muerte de la persona querida, la proliferación de casos de similar dolor en personas que son abandonadas por sus parejas ha llevado a extender el significado más allá de la primera circunstancia.
El duelo no se considera ninguna patología, más bien se tiene por un proceso adaptativo natural que concluye cuando la evocación del ser querido no provoca respuestas de tristeza y/o ansiedad.
Como decimos, el duelo no tiene por qué ser considerado como trastorno depresivo, aunque en no pocas ocasiones se complica o alarga en el tiempo, lo que lo convierte en un desorden clínico.
Normalmente, la familia y el resto de apoyos sociales consiguen que el doliente salga adelante. Cuando pasados tres o cuatro meses los mecanismos naturales de reactivación no se ponen en marcha conviene una intervención terapéutica, generalmente menor. Todo ello con el único fin de activar el locus of control de la persona y regresarla a su anterior vitalidad.
Poco a poco, el llanto incontenido, la tristeza, la ansiedad, la astenia y los deseos de soledad deben ir remitiendo sin que medie más intervención que la escucha activa y los ánimos provenientes del entorno social cercano.
Observamos que el duelo se complica cuando:
- La muerte de la pareja deja en mala situación económica al conyuge.
- El/la doliente tienen antecedentes de depresión.
- La muerte ha recaído sobre hijos menores.
- La muerte o ausencia del ser amado tiene carácter traumático.
Como medida de cautela, deberemos observar la evolución del duelo y, en el caso de no observar mejoría pasados varios meses, acudir al especialista antes de que el duelo degenere en depresión.
Las preguntas de familiares y afectos son muchas: ¿Cuánto dura el duelo? ¿Cómo se que estoy saliendo de él? ¿Qué pasa si se complica? ¿Cómo puedo ayudar a una persona en este duro trance?…
Desde luego que no hay nada preciso en este sentido. Sin embargo, la experiencia acaparada por psicólogos de todo el mundo nos puede ayudar a delimitar los parámetros de este dolor infinito…
La duración del duelo va a depender siempre de los factores que concurran con él. El dicho antiguo “las penas con pan son menos penas” es muy verdad, en este caso. Así, la penuria económica que en ocasiones se asocia a la muerte de un cónyuge puede prolongar y agravar sobremanera este dolor inmenso e incluso complicar la existencia del doliente hasta llevarlo a una depresión reactiva, con todo lo malo que esto conlleva.
Otras de las causas que hemos mencionado como posible origen de un duelo prolongado se encuentran en la entidad del fallecimiento. Muertes por trauma siempre dan lugar a duelos más dolorosos y prolongados que aquellas muertes de alguna forma esperadas. La muerte de una persona mayor siempre genera un menor dolor que la de un niño o adolescente por razones evidentes.
Es en estos casos cuando hemos de tomar medidas de profilaxis mental adecuadas, de manera que impidamos el enquistamiento vital de un dolor que puede durar toda la vida.
El doliente sabe cuándo está terminando su duelo. La asimilación de la pérdida, una menor frecuencia del llanto y menor respuesta dolorosa ante estímulos que recuerdan a la persona fallecida son indicios mediante los que podemos percibir que estamos ante el final del duelo.
Pero el final llega generalmente tras una sucesión de una serie de fases del duelo no muy bien delimitadas (se pueden superponer o alterar en su orden). Negación de la muerte, rabia, sentimientos de culpa… se van sucediendo en este trance existencial tan doloroso.
Entre los síntomas del duelo más habituales se encuentran el llanto incontenible, los bloqueos, los recuerdos parásitos, y otros molestos inquilinos de un cerebro zarandeado por la desgracia de la pérdida. Entre estos síntomas destaca a ahedonia, manifestada como una marcada cesación en la búsqueda de placer.
Porque el duelo no es más que un desorden depresivo con una causa clara y palmaria, aunque no por ello su abordaje resulta menos complejo. Este hecho se pone de manifiesto en las personas mayores que sufren la pérdida repentina de un ser querido, habitualmente su pareja. Es entonces cuando las mermadas defensas psicológicas del anciano comienzan a fallar y el duelo puede sufrir francas complicaciones.
Original de Luis Folgado. Consultas de Psicología Madrid