Cuando se Rompe la pareja

Cuando se Rompe la Pareja

 

Si em dius adéu,

vull que el dia sigui net i clar,

que cap ocell

trenqui l’harmonia del seu cant.

Que tinguis sort

i que trobis el que t’ha mancat

amb mi. -Lluís Llach-

 

Y se acabó… Atrás quedaron las ilusiones, los planes, los parasiempres. Y aunque en algún momento pensaste que tanto amor era indestructible, te encontraste con que, en realidad, era bastante frágil para romperse, incluso cuando no te lo esperabas.Y ésta es solo una de las incontables sensaciones que aparecen ahora, o de las que viviste cuando te diste cuenta de que se rompió tu relación de pareja.

Cada cual lo vive a su manera. Habrás oído a quienes aseguran haber sabido, desde hace mucho, que la historia no iba a acabar bien, pero que de todas formas se sentían morir cuando ya no quedaba ni la esperanza. O sea que, preparados o no, el final de la relación amorosa es un trayecto duro y se necesita un tiempo para salir del bache.

Se supone que después de ese tiempo, que depende de las propias características de la pareja, cada uno está listo para continuar con la vida, sin el/la otra/o.  Pero esto no sucede así, a veces, y estaría bien investigar el motivo.

Porque la forma como se viven las relaciones, incluidas las rupturas, nos dan información sobre nosotros/as mismos/as, y nos avisan si hay que hacer algunas “reparaciones” antes de continuar con la marcha. Nos dan claves, por ejemplo, sobre la manera como vivimos los vínculos afectivos. Seguramente habrás notado que la relación con la pareja moviliza elementos psíquicos muy antiguos, y por eso mismo nos hace vulnerables frente al otro. Porque es en los primeros años de la vida cuando construimos el carácter, es decir, cuando armamos el “repertorio” con el que vamos a enfrentarnos al mundo y, por lo tanto, la manera como vivimos las relaciones y las rupturas.

Pero no todo está solamente en nuestro primer entorno psíquico antiguo e inconsciente. Poco tiempo después de los primeros vínculos, la propia evolución nos empujó al mundo más amplio, a lo social y cultural, donde nos han transmitido los valores, lo que es importante y lo que no, la manera colectiva de percibir el amor. Y ahí fue cuando nos contaron las historias de los príncipes y las princesas. Bonitos, algunos de estos cuentos, que ilusionaban pero que también venían bien cargaditos de moralejas y de prejuicios sobre el prototipo de la persona ideal:  guapa, lista, rica, rubia, alta, delgada…. “virtudes” de las que se podría gozar solo en cuanto se mereciera tanta perfección. Y el merecimiento dependía, generalmente, de esos valores que se buscaba transmitir, que no por casualidad coincidían con la sumisión de la mujer y con la implacable valentía del hombre, condiciones típicas en los roles femenino y masculino, de los que tanto nos quejamos unas y otros actualmente. Y, además, cuando el príncipe elegía a la princesa, porque siempre era así, y no al contrario, se casaban y vivían muy felices para siempre.

Muy felices y para siempre. No parece coincidir con la realidad que te has encontrado más tarde, especialmente en ese momento en que te enfrentas a una ruptura de pareja, y ese castillo de príncipes y princesas se desmorona una y otra vez en tu cabeza.

La realidad parece ser otra. Al menos la de la mayoría, y puede pasar que te sientas poco capaz o diferente. Y puede tener que ver con que en esos cuentos no se incluyeron los cambios, las transformaciones de la vida, la presencia de otras personas y los conflictos que inevitablemente se presentan y que no tienen nada que ver con la idea de la felicidad constante y para siempre.

Los conflictos. Eso que te has ido encontrando en la convivencia y que posiblemente has estado, tú o tu pareja, o los dos, evitando. Porque cuando aparecieron las diferencias, también aparecieron los miedos y las dificultades para comunicar las necesidades y las preferencias, o para sintonizar los caracteres y la historia personal de cada uno. Pero no necesariamente había un “problema” determinado. A veces, te encuentras con que los proyectos que te unieron con esa persona tan querida, cambiaron con el paso del tiempo y hubo un momento en que los caminos se separaron, llegando así la hora de partir, por salud e incluso, aunque suene paradójico, por amor.

Porque no todas las parejas tienen que acabar necesariamente en pelea, o en el juzgado. Porque, con excepciones, esa persona ha hecho parte de un trozo importante de tu vida y, en su momento, te ha aportado cosas positivas. Entonces,  cuando puedas distanciarte un poco del dolor que te produce la separación, podrás también recordar con agradecimiento los momentos vividos. Cuando este sentimiento es posible, lo que predomina es la energía para recuperarte y poco a poco e intentarlo de nuevo, ahora con más sabiduría, gracias a la libertad y al derecho de rehacer tu vida.

Pero si no es así y el dolor, la rabia o los celos te quitan el sueño, o si ya ha pasado un tiempo y te sigues sorprendiendo a ti mismo/a mirando compulsivamente el teléfono, a ver si llega una llamada o un mensaje milagro que cambie la historia, o si la ruptura fue agravada por situaciones destructivas que para cualquiera serían difíciles de superar, entonces es posible que necesites un poco de ayuda para lograr un equilibrio que te permita seguir viviendo con salud.

Porque esta experiencia, por dura que sea, puede ser una gran oportunidad para conocerte mejor, para descubrir aspectos de tu personalidad que estaban escondidos o que no habías podido reconocer cuando las cosas parecían ir tan bien. Y es un momento precioso para dar un repaso a tus dinámicas afectivas ya que, si no acabas de vivir con satisfacción esta área de tu vida, siempre se puede retomar el punto donde te perdiste porque, aunque tienes derecho de intentarlo una y mil veces más, tampoco se trata de repetir historias que bien pueden evitarse retomando la capacidad de gestionar tu vida afectiva, con consciencia, con salud y por supuesto, con amor.

María Clara Ruiz