Cuando ir al trabajo supone la humillación de experimentar cómo se violentan los más básicos derechos y el maltrato es el pan de cada día, es muy posible que se esté siendo víctima del acoso laboral. Conocer sus mecanismos ayudará a salir de la trampa y dirigirse hacia la libertad, que es la única forma posible de existir con salud.
El acoso laboral, también llamado mobbing, se refiere a la acción de hostigar a un trabajador con el objetivo de producir miedo o desánimo. Este tipo de abuso se puede dar, ya sea por parte de los compañeros, de los subalternos o de los superiores. Lo importante es que se produce de forma sistemática y prolongada en el tiempo.
El mobbing no es lo mismo que el estrés, el burnout, el acoso sexual o la violencia física, que pueden darse también en el trabajo. Su característica principal es la hostilidad, con el fin de degradar a la víctima por medio de manipulaciones y calumnias sobre su vida personal y profesional, provocando con ello estados de ansiedad, depresión, alteraciones del sueño, pérdida de autoestima, irritación y una gran variedad de problemas psicosomáticos.
Iñaki Piñuel, psicólogo experto en acoso, habla de una secuencia típica de 5 fases, en las que varía la duración según las particularidades de cada caso. Esta sería, en resumen, la evolución:
Primero, un detonante. Un malentendido o conflicto sin aparente importancia, pero que “de repente” se vuelve grave por las reacciones exageradas del hostigador con quien, en principio, se venía teniendo una buena relación. Como es de entender, esta reacción causa sorpresa a quien aún no puede ni imaginar lo que le espera.
Segundo, una especie de satanización y sus consecuentes castigos, como son prohibir el acceso a algunos lugares, limitar o anular el uso de recursos, bloquear la comunicación, difamar, calumniar, humillar, además de manipular a los demás para conseguir el mismo trato hacia la persona en cuestión.
Tercero, la opción siempre equivocada por parte de la línea jerárquica, situando el problema en la víctima por la asunción de estigmas y prejuicios proyectados por el acosador. Así es como se consolida la situación perversa de la organización, en la que acosar a otros viene siendo una buena estrategia de ascenso y promoción.
Cuarto, la extensión de la culpabilización a la víctima por parte de médicos y psicólogos que le atribuyen problemas individuales, sin un diagnóstico adecuado de la situación laboral tóxica que los causan y que tienen su origen en una agresión externa, continuada y mantenida, y no en una fragilidad psicológica de la víctima.
Quinto, la expulsión o exclusión de la víctima de su lugar de trabajo y las sistemáticas bajas laborales de quienes deciden resistir, sumando “evidencias” a la lista de motivos por la supuesta baja productividad.
Esto nos muestra la poca disposición, por parte de la mayoría de las organizaciones, para poner límites a este tipo de acoso. Tan es así, que sólo una de cada cinco empresas evalúan el mobbing y tienen protocolos de actuación contra el acoso. También hasta ahora, son contados los médicos, los abogados, los trabajadores sociales o los psicólogos que han decidido llegar hasta el final de la problemática para contrarrestarla con investigaciones, análisis y protestas, que poco a poco vayan causando mella en una sociedad que parece mantener una posición pasiva frente a la violencia cotidiana.
¿Por qué se tiende a buscar la explicación en las características individuales de las víctimas en vez de analizar e intervenir sobre los aspectos organizacionales tóxicos? Se suele cometer un error sistemático y es el de tomar medidas baratas y rápidas como cuando, por falta de tiempo o por exceso de pereza, se limpia el polvo por encima para que no se note que la mesa está sucia cuando vienen las visitas. Esta opción, en el ámbito del acoso laboral, no sólo re-victimiza a quien sufre el abuso, sino que perpetúa la situación, pues después de una víctima viene la otra, y la otra, y así sucesivamente hasta que, si hay suerte, llega alguien capaz de poner un punto final.
Si la persona afectada no hace nada para defenderse lo antes posible, se pone a punto para que el acosador cumpla con su objetivo. Y es aquí donde pueden agravarse las consecuencias psíquicas y físicas que afectan también el desempeño laboral, creando una espiral que no puede acabar bien cuando lo que rige es el silencio. Porque el bajo desempeño laboral se utiliza fácilmente como evidencia de una mala cualificación y los comportamientos derivados de la irritabilidad que se le atribuyen, precisamente generados por el acosador, le hacen aparecer como merecedora del castigo, entrando en la confusión y en la culpabilidad, que son los antecedentes de la indefensión y del bloqueo ante el acoso.
Entonces, la víctima de acoso laboral tiene un largo camino por recorrer, desde el momento en que decide romper su silencio. Necesitará apoyos, fuerza y un arsenal de recursos para defenderse, pero con total seguridad valdrá la pena el esfuerzo, pues es la única forma posible de recuperar su libertad.